Del astrolabio al H500: La historia de los instrumentos de navegación
- Dario D'Atri
- 7 may
- 5 Min. de lectura
Descubrir, conquistar, deslumbrarse ante la llegada a nuevos continentes. La historia de la navegación es la historia de la Humanidad y es la historia del ingenio humano capaz de inventar instrumentos que permitieron navegar cada vez más seguros. B&G ha dominado los últimos 70 años de esa revolución tecnológica.

Desde siempre el ser humano ha sentido el vértigo del mar abierto. Desde los días en que una canoa o una balsa de troncos se alejaba de la costa, el mar siempre fue una frontera sin señales, sin caminos, sin referencias más que el sol, las estrellas y el ritmo de las olas. Para cruzarlo, para regresar, para no perderse, inventamos instrumentos. Primero rústicos, casi mágicos; después, precisos y luminosos como cerebros digitales. Esta es la historia de ese largo viaje: desde el astrolabio hasta el procesador WTP3, pasando por sextantes, logaritmos, pantallas multifunción y una marca que supo leer como pocas el lenguaje secreto del viento: B&G.
Navegar con los cielos
Durante siglos, el cielo fue el único mapa disponible. Los navegantes fenicios, árabes y polinesios desarrollaron formas de orientación basadas en la posición de las estrellas, los ritmos de las mareas y la dirección del oleaje. Pero fue en la Europa del Renacimiento cuando se inventó el primer gran instrumento de navegación astronómica: el astrolabio náutico. Adaptado de sus versiones terrestres por los portugueses en el siglo XV, el astrolabio permitía medir la altura del sol o de una estrella sobre el horizonte, y con ello, calcular la latitud del barco en mar abierto. Era rudimentario, pero suficiente para abrir rutas que cambiarían el mundo.
Más tarde llegaría el sextante, hacia 1757, que reemplazaría al astrolabio gracias a su precisión y facilidad de uso. A bordo de los grandes veleros mercantes, los oficiales se apoyaban en este instrumento óptico para determinar su posición observando el sol al mediodía o las estrellas al amanecer. Junto a los cronómetros marinos, capaces de mantener la hora exacta durante semanas de navegación, el sextante dio origen a una nueva era: la navegación astronómica.
Pero mirar al cielo no siempre era posible. Las tormentas, la niebla, los días nublados convertían en ciego al más sabio de los capitanes. Hacía falta otra revolución.
La electrónica toma el timón
La llegada del siglo XX trajo consigo dos fenómenos que cambiarían el mundo de la navegación: la expansión de la vela deportiva y los avances en electrónica. Hasta entonces, los instrumentos estaban pensados para grandes navíos. Pero con la popularización de los veleros de recreo y competición, surgió la necesidad de desarrollar instrumentos compactos, fiables y accesibles para embarcaciones más pequeñas.
En 1930, el estadounidense Ted Kenyon patentó una corredera que medía la velocidad del barco. Su empresa, Kenyon Instruments, fue una de las primeras en ofrecer soluciones adaptadas a la vela de recreo. El invento de Kenyon se puso a prueba en navegadas con dos de sus grandes amigos. El gran arquitecto naval Nathanael Greene Herreshoff y Albert Eintein solían navegar junto a Kenyon cada año hasta Block Island, en Nueva Inglaterra, en una imagen que hoy parece salida de una novela de Conrad.
El nacimiento de B&G
En febrero de 1955, en la localidad inglesa de Lymington, el Mayor R.N. Gatehouse y Ronald Brookes comenzaron a fabricar un radiogoniómetro (un sistema electrónico capaz de determinar la dirección de procedencia de una señal de radio) que bautizaron Heron. Al año siguiente fundaron la sociedad Brookes and Gatehouse, que pasaría a la historia como B&G. Su primer gran éxito fue el “Homer”, considerado el primer RDF (Radio Direction Finder) transistorizado del mercado náutico recreativo. Pero eso era solo el comienzo.
En la década de 1960, B&G amplió su catálogo con ecosondas, velocímetros y su primera corredera combinada con log, el Harrier, que se convirtió en un superventas. En 1966, el legendario Gypsy Moth IV, con el que Sir Francis Chichester completó su vuelta al mundo en solitario, iba equipado con instrumentos de la marca. Era el comienzo de una historia estrechamente vinculada a las grandes gestas oceánicas. En 1968 presentaron su primera brújula electrónica, la Hestia, y en 1971 lograron una de sus primeras revoluciones: el Hadrian DR Computer, que integraba datos de velocidad y rumbo para mostrar la deriva real del barco. Por primera vez, un sistema computaba y analizaba datos a bordo. La navegación entraba en la era del silicio.
De la Copa América al salón del navegante
En los años 70 y 80, B&G se convirtió en sinónimo de innovación al más alto nivel. Sus equipos eran instalados en los veleros más punteros de la Copa América, el campo de pruebas donde se cuecen las tecnologías del mañana. En 1980 lanzaron el mítico Hercules 190, un sistema que integraba brújula electrónica, viento aparente y velocidad del barco para calcular datos como VMG (Velocidad Hacia el Rumbo), viento real y ángulos objetivos. Toda la información podía visualizarse en displays distribuidos por el barco. Era una revolución que combinaba precisión con una lectura intuitiva.
“El Hercules 190 fue el primer sistema comercial verdaderamente accesible que calculaba todo eso”, recordaba Richard Russell, jefe de diseño de sistemas en B&G. “También permitía introducir puntos de una tabla polar, algo que cambió completamente la forma de optimizar la navegación”.
Mientras tanto, al otro lado del Atlántico, otro pionero, Richard McCurdy, desarrollaba un “ordenador de viento real” para el Valiant, participante de la Copa América de 1970. Su prototipo dio origen a la marca Ockam, que junto a B&G protagonizó la revolución de la instrumentación de regata.
Los años dorados de la innovación
La década de los 80 fue un hervidero de creatividad. Aparecieron sensores ultrasensibles, unidades de viento verticales para mástil, canales lineales capaces de medir carga en estays o posición del traveller. B&G introdujo el Sonic Speed, eliminando partes móviles propensas a fallar. El mundo de la vela comenzaba a parecerse a un laboratorio flotante.
Firmas como Signet, NKE, Diverse o Sailmath Ltd enriquecieron el panorama con sus propias innovaciones. Aparecieron los primeros programas de navegación para ordenadores portátiles, sistemas como Deckman o Tactician, y el concepto de “Wallying” (ajuste dinámico de velocidades objetivo según los roles del viento), popularizado por Ockam, se convirtió en norma.
Del silicio al cerebro: la navegación en tiempo real
Hoy, B&G sigue liderando la evolución de la instrumentación con sistemas que procesan datos en tiempo real, integran previsiones meteorológicas y permiten tomar decisiones tácticas con precisión quirúrgica. Los procesadores WTP3, los sensores de viento WS700, los displays Zeus 3 y los radares HALO forman parte de un ecosistema de navegación diseñado específicamente para veleros de alta exigencia.
Desde el timonel en una Vendée Globe hasta la familia que cruza el Atlántico rumbo a las Antillas, la tecnología B&G está ahí para leer el viento, prever el fondo, calcular la mejor derrota y, sobre todo, acompañar en el acto más esencial de la navegación: decidir.
Epílogo: El mar no perdona, pero enseña
Si algo nos ha enseñado el mar es que no basta con flotar: hay que saber orientarse. Cada instrumento, desde el astrolabio de los exploradores portugueses hasta los sistemas digitales de un IMOCA 60, ha sido un intento por comprender mejor el entorno, por domar la incertidumbre, por navegar con inteligencia.
B&G no inventó la navegación, pero la hizo más precisa, más segura, más intuitiva. Y en el corazón de cada uno de sus dispositivos hay algo más que chips y sensores: hay una tradición de ingenio humano que, como el viento, nunca se detiene.
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