606 millas alrededor de Sicilia: crónica de la 46° Rolex Middle Sea Race
- Dario D'Atri
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- hace 21 minutos
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A bordo del White Shadow, un Swan 57 veterano de la Ocean Globe Race, vivimos la edición 2025 de una de las regatas offshore más exigentes del Mediterráneo. Un recorrido donde la técnica se cruza con la geografía, donde cada isla marca un waypoint en la memoria, y donde la historia humana del mar se revela en cada horizonte
Zarpar desde el Grand Harbour en Valletta es como abandonar una fortaleza. Las murallas de piedra caliza dorada que el Gran Maestre Jean de Valette mandó levantar en 1566 siguen allí, testigos inmutables de la partida de 117 veleros hacia el abrazo incierto del Mediterráneo. La salida, marcada por cañonazos desde el fuerte, tiene algo de ceremonia medieval. Luego el viento toma el mando y la batalla comienza.
La Rolex Middle Sea Race es una de esas pruebas que definen carreras. Desde 2002, cuando Rolex asumió el título de patrocinador, la regata organizada por el Royal Malta Yacht Club ha escalado posiciones hasta situarse junto a la Fastnet y la Sydney-Hobart como una de las clásicas de 600 millas que todo marino debe enfrentar al menos una vez. La cifra exacta: 606 millas náuticas lineales que, dependiendo del viento y las decisiones tácticas, pueden convertirse en 700 o más por la carta.
Este año corrimos a bordo del White Shadow, un Swan 57 diseñado por Sparkman & Stephens y botado en 1977, el mismo barco con el que completamos la Ocean Globe Race 2023-2024. Un clásico de líneas nobles, que ha navegado desde el Atlántico Sur hasta el Índico, que conoce el rugido del Cabo de Hornos y que ahora, de vuelta en el Mediterráneo, enfrentó este circuito antihorario alrededor de Sicilia con la autoridad que dan las 40.000 millas en su bitácora.
Primera noche: la tormenta y el Etna
La ruta sale hacia el norte, buscando la costa oriental de Sicilia. Capo Passero queda a 55 millas de Valletta, el primer waypoint, y desde allí se inicia el tramo hacia el estrecho de Messina. Es aquí, en la primera noche, donde el Mediterráneo cobra su primer tributo: navegamos con lluvia fuerte en el rostro y maniobras realizadas con más respeto que suficiencia. Somos 10 abordo y la mayoría apenas conoce el barco. El White Shadow es pesado, ágil y demandante: los cabos “tiran” más de lo imaginado y los errores pueden pagarse con heridas graves.
A las primeras luces del alba del domingo el Etna aparece a babor como una presencia casi divina. No es solo un volcán; es un faro natural de tres mil metros de altura que ahora vemos semi cubierto de nubes. Durante las próximas 98 millas hasta Messina tendremos esa imagen fantasmal como compañía y recordatorio de la pequeñez humana.
La Rolex Middle Sea Race del 2025 no estaba destinada a batir récords de velocidad, pero sí a ser recordada por su desafío táctico y la enorme presión psicológica que generan los vientos flojos y las encalmadas. En esos primeros bordes entre Capo Passero y el rumbo a Messina esa tensión debutó a bordo. Navegamos muy lentos, con teorías mentales que nos indicaban que hacer más millas por el este podría traernos mejores vientos, y a la vez enfrentar la opción pragmática del rumbo directo, al norte, aún a riesgo de más encalmadas. El dilema se resolvió por el lado del pragmatismo y allí mismo comenzó un zigzag permanente desde las costas de Siracusa hasta el estrecho mismo.
Divididos en dos guardias de cinco tripulantes, aceptamos la propuesta de Charles, nuestro capitán, de navegar en turnos de cuatro horas entre las 8 de la mañana y las ocho de la noche, y luego completar las largas horas nocturnas de un otoño de atardeceres tempranos en turnos de tres horas. Demasiados cambios de ropa e intentos de sueños cortos. El agotamiento llegó antes de lo esperado para la mayoría.

El estrecho de Messina: donde Escila y Caribdis aún esperan
El estrecho de Messina es uno de los tramos más técnicos del recorrido. Este paso es exigente, con tripulaciones buscando encontrar corriente favorable y viento que permita una navegación fluida. La distancia entre Sicilia y Calabria en su punto más angosto es de apenas tres kilómetros. La corriente puede ser un aliado o un enemigo mortal. Según la fase de la marea, el agua puede fluir hacia el norte o hacia el sur a velocidades de hasta seis nudos. Los navegantes que aciertan el timing ganan horas; los que llegan en el momento equivocado ven cómo sus competidores se alejan irremediablemente. En el White Shadow no tuvimos mucha opción: nos acercamos lentamente al estrecho y, a la medianoche del domingo, los remolinos nos atraparon en una danza impensada, surrealista y por momentos peligrosa. A dos esloras del inglés HMSTC Dasher (Nicholson 55), pasamos un buen rato sin gobierno, dando vueltas con la popa como proa, intentando crear algo de viento aparente que nos sacara de ese infierno de aguas que suenan en la noche como hervideros atemorizantes.
Los antiguos griegos imaginaban aquí a Escila y Caribdis, el monstruo marino de seis cabezas y un monumental remolinosque devoraban barcos. No eran fantasía: eran metáforas de los destinos humanos duales, y también remolinos y contracorrientes reales, que aún hoy hacen del estrecho un desafío. Homero lo sabía. Ulises también. Y cualquiera que haya navegado por aquí entiende por qué.
Cruzamos Messina al amanecer del segundo día. La corriente finalmente se puso de nuestro lado y nos empujó con menos dignidad que determinación hacia la puerta del Mar Tirreno. Tras una noche de vueltas en cámara lenta, ochos dibujados en el track y espera del cambio de la corriente, al fin pudimos poner proa a Stromboli.
Stromboli: el faro de fuego
Treinta y cinco millas al norte de Messina emerge el volcán, que antes se ha transformado en waypoint luminoso y claro en el horizonte. La isla volcánica de Stromboli, es el símbolo indiscutible de la Rolex Middle Sea Race, y rodearla de día o de noche es un momento culminante para todas las tripulaciones. El volcán lleva en erupción continua desde hace más de dos mil años. No es una montaña dormida que despierta cada siglo; es un gigante que respira lava cada veinte minutos. Los sicilianos lo llaman "el faro del Mediterráneo" porque sus explosiones nocturnas se ven a decenas de millas de distancia.
Llegamos a Stromboli en el atardecer del lunes. Habíamos roto el único asimétrico que teníamos a bordo y el humor iba de mal en peor. Nada que no curen un par de explosiones furiosas del volcán. PUMMMM!!, En la noche el pecho del volcán parece tomar carrera durante 15 o 20 minutos para liberarse con potencia y transformar todo lo que rodea el volcán en un punto débil y tembloroso en el mar. Pasamos nuevamente horas esperando el viento. Primero Messina y ahora Stromboli, unas calmas aparentemente complejas para la estirpe de regatistas pero que, bien miradas, fueron el principio de una aventura visual y emocional que jamás hubiéramos vivido si el viento nos hubiera empujado rápido hacia la meta.
El islote de Strombolicchio, un pináculo rocoso que marca el punto de viraje se recorta contra el cielo. Aquí la flota gira hacia el oeste, poniendo rumbo a las Islas Eolias y proa hacia Palermo. Es un giro geográfico, pero también emocional. Los volcanes quedan atrás. Ahora comienza el tramo de navegación táctica por la costa norte de Sicilia, donde el viento se vuelve caprichoso y las decisiones cuentan tanto como la velocidad del barco.
La costa norte: Palermo en la distancia
El tramo entre Stromboli y las islas Egadi frente a Trapani ( Favignana, Levanzo y Marettimo), 150 millas hacia el oeste, pone a prueba la paciencia. Las condiciones a lo largo de la costa norte de Sicilia suelen ser caprichosas y ligeras, con vientos variables que exigen concentración constante. Aquí no hay corrientes que regalen millas. Solo decisiones: ¿navegamos pegados a la costa para buscar térmicas terrestres? ¿O nos alejamos mar adentro apostando por viento más estable? Decidimos acercarnos cada vez más a la costa y fue buen negocio. La cuarta noche de la Middle Sea Race nos encontró a menos de una milla de la costa rocosa de Palermo y así conseguimos recuperar algo del tiempo perdido en las primeras 60 horas de regata.
Palermo desde el mar es un enorme lago de luces recortadas por la oscuridad de sus montañas costeras. Cambiaron los estertores de Stromboli por una reflexión extraña de luz en el cielo, más de aurora boreal que de reflejos urbanos. El rumbo a Trapani nos encontró, al fin, agradecidos de comenzar una segunda parte de la regata que sabíamos sería con buen viento y decenas de millas bajo la quilla.
Favignana y las Egadi: el punto medio
Las islas Egadi marcan aproximadamente el ecuador del recorrido. Dejando las islas Egadi (excepto Marettimo) a babor, las tripulaciones ponen rumbo sur hacia Pantellería y Lampedusa. Favignana, la más grande del archipiélago, es famosa por sus antiguas almadrabas, las instalaciones para la pesca del atún rojo que durante siglos fue la principal economía de la isla.
Ahora son museos. El atún escasea, víctima de la sobrepesca industrial. Pero la isla sigue ahí, con sus acantilados blancos de toba calcárea y sus calas de agua imposiblemente transparente.
Pasamos Favignana al mediodía del cuarto día, una eternidad que no imaginamos el sábado anterior, cuando partimos en la tercera largada del Grand Harbour en La Valletta, el de los IRC5.
El viento ha caído, nuevamente. Avanzábamos lentamente, otra vez: a cinco nudos, buscando sostener el viento aparente, imaginando trimadas imposibles y confiando en la buena proa del White Shadow. Es en esos momentos de frustración donde se ganan y se pierden regatas. Como en la vuelta al mundo, el absurdo argumento de competir para disfrutar la navegada no funcionó nunca. Queríamos ganar y sabíamos que íbamos perdiendo por mucho. La Rolex Middle Sea Race no es la Ocean Globe Race, sin instrumentos ni información sobre nuestros competidores, y esa “oferta” de datos en vivo nos terminó complicando más las ganas y atormentando el deseo de disfrutar la mar.
Rumbo a Lampedusa: el peso de la historia
Después de Favignana viene el tramo más solitario: 164 millas hacia el sur, directo a Lampedusa, con la isla de Pantelleria a babor. Pantelleria, más cerca de Túnez que de Sicilia, es otro de esos lugares frontera, islotes volcánicos perdidos en medio del canal de Sicilia. Pero es Lampedusa la que carga con el peso simbólico más pesado.
Nos acercamos a media mañana del 23 de octubre a esa roca perdida llamada Lampedusa, destino soñado de pobres gentes que huyen de los infiernos del sur.
Suena el VHF y es un pedido de rescate de un cayuco con más de 40 migrantes a bordo y a la deriva. Estamos a más de 30 millas y llega antes un barco de SOS Mediterrane. Nos olvidamos de la regata. Más de 2.000 personas y 289 niños murieron en 2023 intentando cruzar el Mediterráneo en busca de seguridad y un futuro en Europa. La señal de radio nos devuelve repentinamente a un mundo de carreras contra la muerte, el hambre y donde la meta es Europa. Seguimos avanzando con Lampedusa ya claramente visible a proa cuando vemos una cascarita de nuez celeste flotando a media milla en nuestro estribor. Otro cayuco.
Bajamos la genoa, encendemos el motor y nos acercamos lentamente. No se ve nadie a bordo. La policía no contesta el VHF y el cayuco empieza a mostrar su silueta de ataúd flotante, con gomas de automóvil infladas sobre cubierta, pero sin rastros humanos a la vista. Rodeamos por nuestro estribor la barca abandonada y hacemos sonar el cuerno de niebla, pero no hay rastros de vida allí a pocos metros. ¿Cuántas historias y qué habrá sido de esos que embarcaron en ese pedazo ínfimo de maderas y fibra maltrechos? Sopla el viento sur desde hace unos días y uno de
los tripulantes del White Shadow nos cuenta que son los días en los que más barcas de emigrantes se lanzan al mar en búsqueda de costas europeas.
Navegamos hacia Lampedusa con una contradicción difícil de procesar. Nosotros, en nuestro Swan bien equipado, con GPS, comunicaciones satelitales, chalecos salvavidas con AIS, comida y agua para días, avanzamos sobre las mismas aguas que otras personas cruzan en botes infames, muchas veces sin motor, sin brújula, sin certezas.
El contraste es brutal. Competimos por un trofeo que marca las horas con precisión suiza, mientras otros luchan por llegar vivos. El Mediterráneo es el mismo, pero las experiencias no podrían ser más opuestas. Ver Lampedusa en el horizonte, esa línea baja y rocosa donde termina África y empieza Europa, es recordar que el mar no solo es deporte y aventura. Es también frontera, muro, cementerio.
Rodeamos Lampedusa con sentimientos encontrados. La costa oeste de la isla es más elevada y parece la frente de un cachalote.. Algún barco de la Guardia Costera italiana patrulla a la distancia. Y nosotros seguimos hacia el norte y al este, rumbo a Malta, las últimas 100 millas, el sprint final hacia Grand Harbour.
El último tramo: regreso a La Valletta
Black Jack 100, un Reichel Pugh 30 Custom, de Remon Vos, cruzó la línea en algo menos de dos días y 18 horas. Primero en real. Balthasar, el Maxi 72 Mills de Pilip Balcaen, lo hizo cuatro horas después y se lleva el triunfo absoluto en corregido. Son dos universos y el mismo mar. Llevamos cinco días navegando cuando, finalmente, dejamos por babor Lampedusa y apuntamos al estrecho que separa Malta de la isla de Comino. Son las últimas 104 millas y ya queremos tocar tierra.
Sigue soplando el sur y sudoeste y el spinnaker nos empuja plácidamente. Plácidamente hasta que llega la noche. Las velas del White Shadow tienen 40.000 millas de entrenamientos, transporte Barcelona-Southampton-Barcelona y una vuelta al mundo. No sabemos cuánto más aguantarán. El recordatorio del asimétrico explotado por 15 o 20 nudos antes de Stromboli nos ha vuelto temerosos. Decisión tomada: a 18 nudos de real lo bajamos. El viendo va y viene, pero no se atreve a pasar esa barrera.
Medianoche de la última noche en la Rolex Middle Sea Race. Todos a cubierta, hay que bajar el spinnaker. El proel toma la contra del tangón (el de estribor, el que lleva un buen rato trabajando) y yo libero poco a poco el amantillo. Maniobra sencilla, con fuerzas de cabos y fierros enormes. Hay que pinchar el spinnaker para desventarlo y recogerlo a sotavento de la vela mayor. Nada puede fallar, pero falla. Hago firme el amantillo y me lanzo a la banda de babor para ayudar a bajar el spinnaker. Un segundo, un microsegundo de milagro y golpe de knock out. ¿Qué pasa? No entiendo. Tumbado por un golpe brutal del tangón desprendido de su arraigo en el mástil solo siento la sangre caliente en mi frente. El temor y la duda de la vuelta al mundo en el White Shadow es ahora un dato de la realidad. ¿Se puede romper la traba metálica del tangón? Sí, se puede romper y se ha roto. Solo la buena fortuna hizo que el golpe fuera con el lateral y no con la punta del tangón. Conmoción, mucha sangre en cubierta, un chichón más grande que una pelota de tenis y a agradecer que la caída fue en cubierta y no fuera de borda.
Cruzamos la línea el viernes por la mañana, cinco días, 23 horas y 18 minutos después del cañonazo de largada. Casi últimos, pero increíblemente felices. Yo con una vida menos para gastar y otras casi 800 millas más en el curriculum de navegante tardío. Quién me quita lo bailado. La cicatriz apenas se ve y el ojo negro fue apenas una cuestión de días.
La Rolex Middle Sea Race no es solo una regata. Es un viaje geográfico e histórico. Es navegar por aguas que conocieron las galeras romanas y los dhows árabes, que vieron pasar a fenicios, griegos, normandos, otomanos. Es bordear volcanes activos que creaban erupciones antes de que existieran las cartas náuticas. Es cruzar estrechos que la mitología convirtió en monstruos. Es pasar frente a islas que hoy son puertas desesperadas para quienes huyen de la pobreza y la
guerra.
El récord monohull de la regata está en 40 horas, 17 minutos y 50 segundos, establecido en 2021 por Comanche. Para la mayoría de la flota, la regata dura entre cuatro y seis días, exigiendo gestión cuidadosa de recursos, trabajo en equipo impecable y preparación meticulosa. Es offshore racing en estado puro: navegación nocturna, cambios de vela constantes, guardias de cuatro horas, decisiones tácticas bajo presión, cansancio acumulado.
Cuando entramos de vuelta a La Valletta, no al Grand Harbour sino a Marsamxett Harbour, con las murallas doradas del fuerte Manoel a estribor y los cañones amenazantes desde arriba, sentimos el peso de los días en el mar. Las manos ásperas por la sal, los ojos cansados, la espalda dolorida, y también la satisfacción de haber completado un recorrido que muchos consideran el mayor desafío de la vela de larga duración en el Mediterráneo.
El White Shadow, fiel a su historia, aguantó cada golpe. Este Swan de Sparkman & Stephens, con su construcción sólida y su aparejo tradicional, demostró una vez más que los barcos clásicos bien mantenidos pueden competir en el circuito moderno. No somos los más rápidos. Pero seguimos aquí, navegando, compitiendo, cruzando líneas de meta.
Y mientras atracábamos en La Valletta, con la tripulación exhausta pero sonriente, pienso en todas las millas que este barco ha navegado: desde Southampton a Ciudad del Cabo, de allí a Auckland, luego Punta del Este y de vuelta a Europa. La Ocean Globe Race, ahora la Middle Sea. Miles de millas, docenas de puertos, cientos de guardias nocturnas.
Sicilia queda atrás. Los volcanes siguen ahí, respirando fuego. Lampedusa sigue recibiendo cayucos. El Mediterráneo sigue siendo lo que siempre fue: un mar complejo, histórico, hermoso y trágico a partes iguales. Y nosotros, simples navegantes, seguimos cruzándolo, leyendo sus códigos, respetando sus reglas, agradeciendo cada travesía que nos devuelve a puerto sanos y salvos.



























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